Hace doce años, con gran ilusión, inauguré mi primera tienda bajo el sistema de una franquicia, creyendo que estaría protegido y guiado por la casa matriz, como un niño con la tutela paterna.

Sin el debido asesoramiento por parte de los franquiciadores, sin una adecuada formación para reciclar correctamente un producto que vendía con desconfianza; privado de una sólida estructura que atendiera las continuas quejas de los clientes, pronto me sentí desamparado y mi sueño se esfumó en el aire.

Pero, en vez de tirar la toalla, sentí la necesidad de aprender de aquella experiencia, por lo que decidí fundar otra tienda, esta vez propia, comprando un producto de altísima calidad y centrando todos mis esfuerzos en la venta. Como tuvo gran éxito, al cabo de poco tiempo inauguré dos establecimientos más, hasta que una persona me comentó que quería abrir un negocio con mi marca, en calidad de franquiciado.

Vi que su propuesta podía ser buena idea, siempre y cuando él no viviera la misma experiencia por la que yo pasé. Me planteé entonces poner en marcha una franquicia, con la que el franquiciado recibiese todo el apoyo y conocimiento esenciales del negocio, de manera que pudiera centrarse en lo fundamental: el aprendizaje profesional y el asesoramiento al cliente… Nacía así la primera franquicia de TINTEA.

Fundador de Tintea